Todo aquel que tenga unas nociones básicas de Historia sabrá que la Guerra Fría es el periodo que se extiende desde el final de la II Guerra Mundial hasta la caída del Mundo de Berlín (1945-1989) en el que dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética competían para conseguir una hegemonía mundial para la que debían ir sumando aliados en forma de países satélite. En esta escenario, España era toda una rara avis, ya que si bien se trataba de una dictadura fascista igual que las que fueron derrotadas en Alemania e Italia, la frontal oposición del régimen contra el comunismo hizo que, poco a poco, fuera ganándose aliados en el bloque occidental, desde donde se miraba hacia otro lado cada vez que se ponían sobre la mesa la falta de libertades presentes en nuestro país por aquel entonces.
Carrera armamentística
Durante la segunda mitad del siglo XX, las dos superpotencias llevaron a cabo una carrera armamentística que no solamente servía como instrumento propagandístico de cara a sus aliados, sino que servía para amedrentar a sus adversarios en el caso de querer iniciar un conflicto armado, algo que si bien estuvo a punto de producirse en varios momentos durante este periodo, no llegó a darse. La cúspide de este desarrollo militar fue la bomba atómica, que ya fuese lanzada por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, cuyos efectos devastadores quedaron totalmente demostrados en agosto de 1945 e hizo que otros países del mundo quisieran desarrollarla para tenerla en su poder y usarla, en el caso de considerarlo necesario.
Con la Guerra Civil todavía reciente, Franco fue uno de tantos dirigentes en todo el mundo que se interesó en el desarrollo de la bomba atómica, un proyecto que estaba totalmente fuera del alcance dada la situación por la que atravesaba el país, pero por el que no dudó en apostar a pesar de su elevado coste económico. Así, el régimen puso en marcha un proyecto secreto para tener la bomba atómica, con el objetivo de ser el único país de la zona junto a Francia en tener este arma de destrucción masiva y así ejercer presión sobre Marruecos, que por aquel entonces intentaba hacer valer sus derechos de soberanía sobre el Sahara Occidental, por aquel entonces, una de las últimas colonias que España conservaba. En 2013, en una entrevista concedida por el investigador José Lesta a ABC, en un primer lugar fue el general Vigón el primero en liderar este proyecto secreto, que luego pasaría a manos del que fuera Jefe de Estado, Carrero Blanco, cuya muerte en 1973 y la posterior firma del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares hicieron que quedara obligado en un cajón.
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